dijous, 4 de setembre del 2014

Marioneta sin Maestro

Muy buenos días de nuevo a todos los que alguna vez han depositado algún pequeño trocito de su atención en este, mi blog. Bueno, en primer lugar, quería disculparme por no haber avisado que me iba un tiempo de vacaciones, pero no os preocupéis, si, ya he vuelto de nuevo.

Marioneta sin Maestro

Con las torpes manos temblorosas y aún jóvenes de profesión, hilo a hilo, me da forma. Todavía no sé lo que soy ni lo que puedo llegar a ser. La verdad, me da igual. Tras tener el cuerpo prácticamente acabado, comienzo a sentir unas ligeras punzadas sobre mi rostro y empiezo a ver al que es y será mi maestro, el que guiará de manera egoísta mis movimientos. Estoy entusiasmado, ¡Mi primer ojo! Intento sentirlo y lo siento.

Un botón...

Noto otra serie de punzadas en el otro lado de la cara, pero no cambia nada. Algo andaba mal con ese ojo. Seguramente está mal puesto o cosido de manera errónea.

¡Pum!

El ruido de un golpe seco en el el suelo de madera me lo confirma. He perdido el segundo botón. Bueno, en realidad tampoco me importa. ¿Debería importarme?

De nuevo siento punzadas en en rostro. Esta vez bajo el primer botón que, según veo en el espejo de la habitación, luce con un color verde pistacho sobre mi tez blanca y sucia. Sonrío. ¿Sonrío? Una gran sonrisa macabra se dibuja en mi boca cosida a mano. No lo entiendo. No estoy contento. ¿Por qué sonrío?

Un sombrero...

Mi maestro saca sonriente un pequeño sombrero de tela negra, así como un elegante traje a juego. Sigo sonriendo. ¿Por qué?. No quiero sonreír. El maestro me deposita el sombrero sobre la cabeza y me pone el pequeño frac. Parece satisfecho. Me sienta en un estante y mi cabeza se ladea alicaída. Mientras tanto, él se sienta en un sillón antiguo al otro lado de la habitación.

Sigo sonriendo. No quiero sonreír. Odio sonreír. ¡No quiero sonreír más!

Me levanto sobre mis piernas rellenas de algodón. No quiero vivir siguiendo las órdenes de alguien. Quiero decidir. Quiero poder no sonreír frente a todo.

Y decidí que jamás sonreiría si la sonrisa no era verdadera.